El martes 13 de febrero de 1521 la historia de América dio un giro: la poderosa ciudad de México-Tenochtitlán- cayó en manos de los conquistadores, liderados por un astuto militar español llamado Hernán Cortés. Este suceso significó el desplome de una civilización mítica y poderosa.
Este sábado 10 de octubre, la historia del fútbol nos ofrece una oportunidad de cambiar las cosas. Nuestra querida “Selecta” enfrenta a México en el estadio Azteca y se presenta la oportunidad de hacer caer al imperio mexicano. Por mucho tiempo, los tricolores fueron los gigantes del área. Dominaron a placer los resultados y menospreciaron a los rivales de la región. Los del “Tri” crecieron ante nuestra mirada impotente y fomentaron una rivalidad que se intensifica con el correr de los años.
Esta Hexagonal es diferente. México perdió en tres de sus cuatro visitas al extranjero y en el “Coloso de Santa Úrsula” ha ganado tres partidos por la mínima diferencia. ¿Pueden ser interpretados esos números como señales de debilitamiento? No sabemos. Lo cierto es que la selección mexicana ha sembrado dudas en casi todos sus juegos y no se perfilan tan fuertes como en el ciclo eliminatorio pasado.
Hoy por hoy, Carlos de los Cobos y sus dirigidos pueden hacer las veces de Hernán Cortés y el resto de conquistadores. Hacer caer a México en su estadio es la esperanza de un país que pone sus ilusiones de regresar a un Mundial con un equipo que ha mejorado su nivel de juego y ha demostrado que ya no existe un “ patito feo” en la región.
Todo ha cambiado. Este es nuestro último partido como visitantes en la Hexagonal. Este es el equipo que enciende pasiones y apaga los razonamientos. Esta es la “hora cero” rumbo a Sudáfrica. Este es el momento de demostrar que nada es imposible. Así como la antigua ciudad de México sucumbió hace muchos años, es nuestra oportunidad de revivir la historia y conquistar el mítico estadio Azteca.
martes, 6 de octubre de 2009
El descubrimiento de Miztli
Hace miles de años vivió un joven llamado Miztli. Nació en el periodo clásico de la región mesoamericana. Miztli era un maya muy trabajador, solía despertarse desde muy temprano para ayudar a su padre en el cultivo del maíz, que era la base del alimento en aquellos tiempos.
Trabajaban arduamente todos los días y sin descaso. Ninguno imaginó que algún día formarían parte de una de las sociedades más fuertes e importantes de mesoamérica, la cultura maya.
Los padres de Miztli se dedicaban de lleno a la siembra y el cultivo del maíz, comercializaban con mayas de diferentes regiones y viajaban días completos para intercambiar productos agrícolas con los demás, por medio del trueque.
Miztli disfrutaba mucho de la compañía de su nahual, un animal que una persona posee como un compañero inseparable, caminaban hasta tarde en medio de las gigantescas ciudades que, entre todos los pobladores, habían construido en esta época. Solía pintar hermosos paisajes en piedra, como: montañas, lagos, ríos, etc. También se dedicaba mucho a la artesanía, elaboraba muchas figuras de barro para luego salir a venderlas o intercambiarlas junto a su padre.
Después de largas horas de trabajo, Miztli se quedaba hasta muy noche para observar la infinidad de luces que aparecían en el cielo. No sabía qué eran exactamente esos pequeños puntos que lo iluminaban, pero soñaba con descubrir qué se escondía en ese lugar tan impresionante.
Un día ocurrió algo extraordinario, mientras observaba el cielo, como usualmente lo hacía, Miztli vio como una de esas pequeñas luces se desprendía y se deslizaba a lo largo de esa enorme capa obscura que cubría toda la ciudad. Sin decir una palabra, miró con asombro el hermoso suceso y estaba convencido de que los dioses le habrían querido decir algo.
Desde ese día, el joven maya se la pasaba pintando hermosos retratos de lo ocurrido la otra noche, pero se extrañaba mucho al saber que nadie en su pueblo había visto aquel fenómeno tan impactante.
El saber que había sido el único en haber observado tal fenómeno, lo hacia creer aún más que los dioses querían transmitir un mensaje a toda la aldea y que él era el único que podía descifrarlo.
Comenzó a dedicarle más tiempo a la astrología, se pasaba días enteros observando el cielo sin respuesta alguna, sabía descifrar los mejores días para cosechar, sabía cuándo iba a llover, la hora a la que saldría y se escondería el sol, pero aún no sabía ni siquiera como descifrar el mensaje de los dioses.
Un día, mientras caminaba como normalmente lo hacía junto a su nahual, decidió entrar al templo donde adoraba a sus dioses, buscando una respuesta al enigma de aquella noche. Estando en el templo de adoración buscando alguna pista sobre el fenómeno, escuchó gritos que provenían de los aldeanos, sin pensarlo, corrió hacia fuera y se quedó sin palabras al observar como una de las viviendas más grandes de la aldea había sido derribada por el viento y estaba destrozada por los suelos.
Así como aquella luz en el cielo se había desprendido, caído y desaparecido en cuestión de segundos frente a sus ojos, lo mismo había ocurrido con aquella vivienda. Entendió el mensaje, pero ya era tarde.
Los dioses seguramente no habrían querido que nadie muriera, pero Miztli no había interpretado el mensaje con anticipación y sabía que otros sucesos, peores o similares, seguirían ocurriendo y no debía permitir que nadie más cayera.
A la mañana siguiente, les contó a todo su linaje lo que había ocurrido aquella noche tan especial en el cielo, y les dijo que ese suceso había sido un mensaje de los dioses, que deseaban prevenir a la región de los fenómenos que ya habían comenzado. Algunos creían y escuchaban con atención, otros lo miraban con indiferencia.
Por ser el más joven, no le creyeron ni una palabra. Lastimosamente, esto no solo ocurrió en su linaje. La mayoría de los aldeanos no habían creído las palabras de aquel joven que les recomendaba abandonar la ciudad y esperar a que estos sucesos tan extraños dejaran de suceder.
Pocos creían en sus palabras, pero Miztli estaba decidido a migrar a otras tierras y salvar a los pocos que creían en él, y si aún había tiempo de regresar al pueblo, trataría de convencer a los demás habitantes para llevarlos a un lugar más seguro. Miztli y alrededor de 15 mayas más, entre ellos sus padres, recién comenzaban su viaje hacia el sur de América, cuando de pronto se dieron cuenta de que atrás de ellos corrían desesperados y aterrorizados otros aldeanos.
Poco tiempo después de que Miztli y los otros habían emprendido su viaje, un fuerte y espantoso terremoto había sacudido la tierra de todo el pueblo, dejando a la mayoría de los habitantes bajo los escombros de sus casas y una hermosa ciudad totalmente derrumbada. Trataron de encontrar sobrevivientes, pero Miztli sabía que ese fenómeno no sería el último que ocurriría y decidieron retomar el viaje hacia el sur para resguardarse, prometiéndose regresar algún día para levantar de nuevo una de las más gloriosas sociedades que ha existido en todo mesoamérica.
Trabajaban arduamente todos los días y sin descaso. Ninguno imaginó que algún día formarían parte de una de las sociedades más fuertes e importantes de mesoamérica, la cultura maya.
Los padres de Miztli se dedicaban de lleno a la siembra y el cultivo del maíz, comercializaban con mayas de diferentes regiones y viajaban días completos para intercambiar productos agrícolas con los demás, por medio del trueque.
Miztli disfrutaba mucho de la compañía de su nahual, un animal que una persona posee como un compañero inseparable, caminaban hasta tarde en medio de las gigantescas ciudades que, entre todos los pobladores, habían construido en esta época. Solía pintar hermosos paisajes en piedra, como: montañas, lagos, ríos, etc. También se dedicaba mucho a la artesanía, elaboraba muchas figuras de barro para luego salir a venderlas o intercambiarlas junto a su padre.
Después de largas horas de trabajo, Miztli se quedaba hasta muy noche para observar la infinidad de luces que aparecían en el cielo. No sabía qué eran exactamente esos pequeños puntos que lo iluminaban, pero soñaba con descubrir qué se escondía en ese lugar tan impresionante.
Un día ocurrió algo extraordinario, mientras observaba el cielo, como usualmente lo hacía, Miztli vio como una de esas pequeñas luces se desprendía y se deslizaba a lo largo de esa enorme capa obscura que cubría toda la ciudad. Sin decir una palabra, miró con asombro el hermoso suceso y estaba convencido de que los dioses le habrían querido decir algo.
Desde ese día, el joven maya se la pasaba pintando hermosos retratos de lo ocurrido la otra noche, pero se extrañaba mucho al saber que nadie en su pueblo había visto aquel fenómeno tan impactante.
El saber que había sido el único en haber observado tal fenómeno, lo hacia creer aún más que los dioses querían transmitir un mensaje a toda la aldea y que él era el único que podía descifrarlo.
Comenzó a dedicarle más tiempo a la astrología, se pasaba días enteros observando el cielo sin respuesta alguna, sabía descifrar los mejores días para cosechar, sabía cuándo iba a llover, la hora a la que saldría y se escondería el sol, pero aún no sabía ni siquiera como descifrar el mensaje de los dioses.
Un día, mientras caminaba como normalmente lo hacía junto a su nahual, decidió entrar al templo donde adoraba a sus dioses, buscando una respuesta al enigma de aquella noche. Estando en el templo de adoración buscando alguna pista sobre el fenómeno, escuchó gritos que provenían de los aldeanos, sin pensarlo, corrió hacia fuera y se quedó sin palabras al observar como una de las viviendas más grandes de la aldea había sido derribada por el viento y estaba destrozada por los suelos.
Así como aquella luz en el cielo se había desprendido, caído y desaparecido en cuestión de segundos frente a sus ojos, lo mismo había ocurrido con aquella vivienda. Entendió el mensaje, pero ya era tarde.
Los dioses seguramente no habrían querido que nadie muriera, pero Miztli no había interpretado el mensaje con anticipación y sabía que otros sucesos, peores o similares, seguirían ocurriendo y no debía permitir que nadie más cayera.
A la mañana siguiente, les contó a todo su linaje lo que había ocurrido aquella noche tan especial en el cielo, y les dijo que ese suceso había sido un mensaje de los dioses, que deseaban prevenir a la región de los fenómenos que ya habían comenzado. Algunos creían y escuchaban con atención, otros lo miraban con indiferencia.
Por ser el más joven, no le creyeron ni una palabra. Lastimosamente, esto no solo ocurrió en su linaje. La mayoría de los aldeanos no habían creído las palabras de aquel joven que les recomendaba abandonar la ciudad y esperar a que estos sucesos tan extraños dejaran de suceder.
Pocos creían en sus palabras, pero Miztli estaba decidido a migrar a otras tierras y salvar a los pocos que creían en él, y si aún había tiempo de regresar al pueblo, trataría de convencer a los demás habitantes para llevarlos a un lugar más seguro. Miztli y alrededor de 15 mayas más, entre ellos sus padres, recién comenzaban su viaje hacia el sur de América, cuando de pronto se dieron cuenta de que atrás de ellos corrían desesperados y aterrorizados otros aldeanos.
Poco tiempo después de que Miztli y los otros habían emprendido su viaje, un fuerte y espantoso terremoto había sacudido la tierra de todo el pueblo, dejando a la mayoría de los habitantes bajo los escombros de sus casas y una hermosa ciudad totalmente derrumbada. Trataron de encontrar sobrevivientes, pero Miztli sabía que ese fenómeno no sería el último que ocurriría y decidieron retomar el viaje hacia el sur para resguardarse, prometiéndose regresar algún día para levantar de nuevo una de las más gloriosas sociedades que ha existido en todo mesoamérica.
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